En las visitas a ferias, siempre siempre termino medio majara. Hablo con mucha gente, sin descanso, una tras otra, una tras otra, durante un montón de horas seguidas, bajo una horrible y tenue luz artificial, con un ruido de fondo como un murmullo amplificado que nunca cesa y, lo peor de todo, la moqueta, la dichosa moqueta.
Así que hace un tiempo empecé a llevarme la cámara, como válvula de escape cuando las neuronas se me empiezan a freír. La terapia funciona y durante unos minutos veo la escena desde fuera. Me veo a mí mismo haciendo blablabla blablabla, me río un poco y puedo continuar. Por eso a esta serie la he llamado, cariñosamente, los comebolas.
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